Foto de Ángel Muñoz

miércoles, 29 de agosto de 2012

Hopper y el hombre del puesto de sandías

Hopper abre las ventanas. Sabe de la luz amarilla, de la luz gris, la mortecina, la primera, la del ocaso, la que cae sobre ella, sobre él, sobre nosotros.
Ese olor, es ese olor a paredes y a briznas secas, sin música, cine sin música, largos veranos junto al mar.
Cae la suave acuarela y azul se seca sobre el papel en Gloucester. Ese olor, es ese olor a silencio y a sol con gasolina, sin tiempo.
¿Qué piensan los personajes de Hopper? ¿Piensan?
Puede que se limiten a estar, existen si no piensan, puede.
¿Qué hay acerca del hombre que vende en el puesto de sandías por el que paso con el coche? ¿Es un hombre o es un personaje de un cuadro de Hopper que se mantiene sentado, al sol, entre las sandías? Bajé para preguntarle y el sol hizo brillar la piel bruñida de los frutos, los ojos del hombre sentado.
Estaba pintado y me ofrecía un cuarto de una sandía gigante y roja, su jugo se escurría como una gota de oleo aguado, sobre mi falda blanca, mi falda lienzo. Amarillo (sol), rojo y verde (sandía), blanco (mi falda). Los ojos perdidos del hombre que estaba, sin pensar, yo, sin pensar, parados, al sol, bajo ningún toldo en el puesto de sandías de la rotonda. Y los coches, pasando, la gente observa cada matiz, se acercan al cuadro, las yemas de los dedos a punto de rozarlo, sin ruido, miran la rutina, analizan el valor de las ventanas, su efecto decisivo en las caras, en las pieles y en un libro o un vestido. Estamos aburridos o tristes mientras el hombre coloca las sandías en un lado, la sombra va ganando terreno, llevamos horas aquí, mirando lo que ellos miran, como Hopper. El jugo de sandía se seca también sobre mi falda, se aclara y deja de significar algo. Cuando me asomo a lo que él ve entiendo los colores desvaídos, las vías del tren, la oscura profundidad de los teatros, el viento que envolvía a Thoreau en Cape Cod. Ese olor, es ese olor salado y perfumado de la lentitud del instante. El hombre del puesto de sandías me avisa de que es hora de cerrar. La arquitectura de la psicología, el puesto verde en la rotonda, sus formas geométricas, las frutas redondas ahora a oscuras en el interior. Nosotros fuera. La luz atenuándose.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una nube y su impulso


Y no es que sea de quejarme, pero me está costando últimamente responder bien si me preguntan cómo ando. Total que llevo un par de días soñando un sueño y me está rellenando la alegría y, lo sé, es una locura alegrarse ahora y casi da vergüenza, pero tampoco nos hace bien este apretón de tuercas permanente, esta patada en el estómago que no somos capaces de esquivar.
Entonces veo que, a ratos, colgarme de esta nube de planear dulzuras y bollitos y arroz con leche y bocadillos de jamón de pato con manzana ácida o de salmón con queso y pesto, y ver tazas de té con el reborde de color dorado y florecitas y tartas de melocotón y de vainilla debajo de relucientes cúpulas; imaginar un sitio con aromas de especias y flores frescas en la mesas, con cajas de galletas en el escaparate y mermeladas de fresa y de futuro; imaginar ese lugar y hacerlo mío, envolverme con ese decorado y pensar que quizá desde ahí me encuentre un poco más en paz con este territorio inhóspito, ay, me está resultando pero que hermosamente tentador.

jueves, 2 de agosto de 2012

Canta el Niño de Elche, los muertos zapatean



Desde adentro germina un canto amplio
y se ondea, se ondea, se hace lírica
y se muere matando.
De esta masa se ha levado la rabia,
de este cante flamenco se han llenado las minas,
las botellas de vino,
la poesía.
Este seguramente es
el olor del tacón extrayendo la chispa a la madera
con todos sus sindientes
y sus barbillas pobres
y su hambre gritona y dolorida.
Muerde la noche los talones
y se enfurecen las guitarras.
Canta, niño, canta y despierta a los muertos,
reclama su memoria, crecida, ingobernable,
desata la tormenta en todas sus salivas.