
Ya os he dicho que os paséis por aquí?
Sólo aparentemente lo que ves de mí aquí y ahora es lo que soy aquí y ahora.

Mara es una india yaqui de Sonora. Allí la conocí y nos abrazamos por primera vez. Ahora hemos vuelto a encontrarnos en Portugal. Mara es intensa y lista. La vida le sale por los poros y disfruta buscando lo asombroso. Con el vinho verde nos contamos las cosas que dan risa y las que nos importan. Me regaló unos pendientes y todo su instinto abrumador de superviviente. Compartimos también emociones y libros. Dice que supo desde siempre que algo nos ligaba. Yo recuerdo que no podía apartar la vista de su espalda perfecta al borde del vaquero mientras ella lloraba su poesía.
Tu cara no tiene rostro,
Extraviada me aferro a los muros,
Mi carne arde,Te presiente.
Sales de las paredes de humo,
no hay retorno,
Desbordada pierdo tu sabor.
Estoy en ti,
pecado espléndido de la carne,
envoltura deshecha;
Queda tu espalda recta,
mis rodillas horqueando tu cintura,
Inevitable destello,
sin tiempo para escuchar temores
que gritan tras la puerta.
Del libro Peregrinar de gritos, de Mara Romero.



Me siento en el borde de la butaca, escucho y pienso en todo lo que no sé, en todo lo que no deduzco, lo que no observo, lo que me falta por leer. Tanta ignorancia… Hago propósitos de intoxicación, de audaces impulsos, de saltos hacia el salvajismo o a las profundidades de la literatura. Luego me voy al agua. Nado sin sacar la cabeza en mucho tiempo, observo las burbujas y aguanto la respiración hasta que el acuático silencio me relaja las ansias. Regreso a casa bajo una lluvia leve y un viento oscuro. Se me agachan un poco las orejas, me queda mucho por hacer, tengo que aprovechar el tiempo que está en los intersticios de los dedos o darle lametazos a las piedras para buscar su jugo.

Me invitaron y participé con este poema.
El amor es un deporte muy raro!
(Lichis, La cabra mecánica)
Esta historia de amor
tiene lugar en un piso pequeño,
en una habitación estrecha
con dos camas
y una mesilla en medio.
Retiran la mesilla
y juntan los colchones.
Dos, no pueden moverse, no se pueden hablar,
uno, ni tan siquiera sabe cerrar los ojos sin ayuda.
En sus desacertados cuerpos brotan
pulsos que no se corresponden con la práctica.
Quieren ir más allá,
con extensión del alma,
dándose al gozo de intervenirse
con los recursos que no tienen.
La baba cae, la lengua se atolondra,
tapona las bocas despistadas
entre los miembros blancos, inmóviles y absurdos.
Vivos por dentro,
les recorren los bichos que pican en el gusto,
la carne –negada- no responde,
es un cacharro descompuesto.
Sin poderse besar, ni transitar,
sin chuparse, arañarse, penetrarse,
decirse porquerías, sutilezas,
sin conseguir mirar ni agradecerse
las caricias que se quedan al borde.
Debajo de la piel, del hueso blando,
fluyen las aguas encendidas
y salpican aceite
pintando llagas como puertas abiertas.
El hombre y la mujer tienen la vida dentro,
en el relleno, en el fondito dulce de su sexo.
Las manos y las piernas y las bocas
nunca responden,
nada les pertenece de esa materia
mientras laten urgentes y conmovidos.
Tres locas generosas
se acuestan a su lado
y tachan con sus manos en las sábanas
cosas tan mal descritas como follar y discapacitado.
Acompasan los impulsos, el ritmo,
componen una escena ilimitada y fértil
hasta que el corazón
les salta en lágrimas rompiendo las defensas.
Cinco personas en una habitación:
dos hacen el amor,
tres colocan, empujan, remueven y voltean.
Cinco personas en una habitación:
cinco hacen amor
en una habitación minúscula,
trascienden.
Las dos sillas de ruedas contemplan vacías el milagro.