Foto de Ángel Muñoz

jueves, 14 de enero de 2016

Queremos trabajar, por supuesto, queremos estar con nuestros hijos, por supuesto.

Con 19 años estudiaba segundo curso de Periodismo y estaba embarazada. Como estaba previsto que mi hijo naciera en el mes de mayo me presenté a los exámenes de febrero y solicité a los profesores que me guardasen la nota de ese primer parcial para poder examinarme de la segunda parte en septiembre y no de toda la asignatura. Ninguno de ellos me lo permitió. Si vas a tener un hijo no es problema de nadie, tienes que buscarte la vida. El parto se adelantó y mi hijo nació a primeros de abril, así que pude presentarme a algunas asignaturas en junio. De todas formas ese curso lo tuve que hacer en dos años. En los años siguientes me levantaba a las seis de la mañana para poder estar en clase a las ocho. El padre del niño lo llevaba con su abuela antes de irse a trabajar y yo regresaba a las doce y media para recogerlo. Luego, estudiaba mientras le criaba.
Posteriormente, ya con dos hijos, durante todos los años que trabajé de freelance, estaba con ellos la mayor parte del tiempo, mientras escribía, pero también me acompañaban a cubrir plenos, concentraciones, inauguraciones o ruedas de prensa. Nunca jamás mis jefes me reprocharon que no hiciese bien mi trabajo por ir acompañada de mis hijos.

Actualmente el trabajo está diseñado para hacerlo absolutamente incompatible con la crianza y no se buscan fórmulas para mejorar esta situación. Cierto es que se ha luchado mucho para conseguir recursos de cuidados para los niños y niñas, antes las guarderías, después las escuelas infantiles, ahora también, cada vez más, los abuelos.
Siempre he pensado que la maternidad no es un bien socialmente reconocido, que no tiene ningún prestigio y que se obvia, cuando, incluso si lo miramos desde un punto de vista puramente materialista, tener hijos debería ser uno de los valores más protegidos por cualquier comunidad social cuyo objetivo último no sea la extinción.

Sin embargo, la maternidad se invisibiliza, desaparece de los intereses generales y, por supuesto, de las condiciones laborales. Las mujeres hemos tenido que ocultar nuestras intenciones de ser madres en las entrevistas de trabajo y hasta nos ha parecido normal. Pero no lo era, no lo es. Las mujeres parimos, tenemos hijos, los criamos y nos ocupamos de ellos, también los padres tiene esa responsabilidad en la crianza y en la educación, esa responsabilidad y ese privilegio.

Este sistema capitalista en el que estamos inmersos nos ha llevado a normalizar episodios que son francamente terribles y que se alejan de la naturaleza humana. Abuelos, o cuidadoras, que llegan a las seis o siete de la mañana a casa de los hijos para que estos se vayan a trabajar y luego ellos lleven a los niños al cole (o a la guarde), les recojan y pasen la tarde con ellos la tarde hasta que, entrada la noche, la madre y el padre vuelvan a por ellos, si acaso con el tiempo justo para acostarles. O niños y niñas que pasan las tardes enteras solos en casa, con la única y perniciosa compañía del televisor. Eso no es bueno, no es bueno para las madres ni para los padres ni para los hijos. Pero nos parece normal.
Sin embargo, nos echamos las manos a la cabeza porque ayer una diputada se lleva a su bebé al Congreso. Se le ataca desde todos los frentes, machistas, feministas, de derechas, de izquierdas, hombres y mujeres. Se critica que otras mujeres no puedan hacerlo, que sea una pose, un espectáculo...
Yo defiendo este gesto desde las entrañas y desde la razón. Creo que solamente por haber puesto el tema sobre el tapete tiene un valor sustancial, pero además creo que es hermoso y reivindicativo; creo que si ella ha tenido la oportunidad de hacerlo tenía también la obligación. Ella, con su bebé, no perjudica a las mujeres, ni a los hombres, que no pueden dedicar más tiempo a sus hijos, ella nos lo ha recordado.
Y sí, se pueden hacer muchas cosas, no es imposible; muchos de nuestros trabajos actualmente se pueden realizar desde casa, aunque nos quieran seguir obligando (por un concepto paleto y antiguo de vigilancia laboral) a ir a las oficinas a calentar la silla; se deben implementar horarios razonables para que la gente pueda hacer algo más que ir a trabajar y puedan compartir tiempo con sus hijos e hijas. Las reducciones de jornada y las bajas maternales deben normalizarse y ampliarse todo lo necesario sin que eso suponga una depreciación del trabajador o la trabajadora...
Todo esto sigue siendo reivindicación, una reivindicación que, como tantas, pasa desapercibida porque mayoritariamente afecta a las mujeres y el mercado laboral sólo mira hacia nosotras cuando no le salen las cuentas. En este sentido, es evidente que el género y la edad se han convertido durante mucho tiempo en elementos sustantivos de desigualdad laboral y cabe recordar que a través del trabajo, además de subsistencia, se adquiere reconocimiento social, prestigio y status. Así a los hombres se les considera más en el escenario de la producción y a las mujeres en el de la reproducción, en la esfera de lo doméstico, ámbito al que se ha limitado todo lo relacionado con la maternidad y los hijos.
Pues bien, ha llegado el momento de replantearse todo esto y de sacar a la luz la maternidad en el mundo laboral no sólo en el aspecto formal sino también en el ideológico, reivindicando el valor social de la misma y también el derecho a su disfrute.
Queremos trabajar, por supuesto, queremos estar con nuestros hijos, por supuesto.