Foto de Ángel Muñoz

viernes, 27 de agosto de 2010

Puzzle


Camino cámara en ristre. Lo grabo todo, lo edito, lo atesoro. Son ellos, ellas, quienes cuentan las cosas, los que van recreando su paisaje vital. Parecen otros, parecen yo, parecen cualquiera. Se paran, miran, empiezan susurrando y terminan a gritos contando lo que gusta y lo que duele, lo que avergüenza, lo que hace reír, los arrepentimientos, los deseos, lo que ya no, lo que ahora sí, lo que han aprendido, lo que han olvidado. Se dibujan muy cuidadosamente, trabajan su perfil acomodados en el diván de la escucha y son cada uno, cada una, con esas líneas que saben a diferencia, que les dan ese aroma especial fruto de las esencias que han ido destilando, la gota perfecta que sólo deja manar su filtro.
Veo en mis grabaciones, con total nitidez, verbos reconocidos y al mismo tiempo me conmueven propósitos ingenuos, destinos improbables... Hay esquinas borrosas, tomas falsas, ángulos escondidos.
Me concentro en las voces y escucho las palabras:
amor, felicidad, belleza,
pérdida, miedo, hijos,
pesadillas, rupturas, casas,
gatos, trabajo, ayer,
mañana, sueño, suelo, cama
maleta, mundo, gente...

Giro la cámara y empiezo mi relato. Construyo mi vida como un puzzle con piezas de las vuestras.

viernes, 20 de agosto de 2010

Apostasía


Ayer celebramos la misa funeral por el padre de Tito. Nadie sabe muy bien por qué se continúan haciendo estas cosas, pero el caso es que se hacen y si me paro a pensar, en los últimos tiempos los funerales son los únicos actos religiosos a los que he acudido porque me parece obligado acompañar a la familia en el trance y como la despedida suele ser en una iglesia pues allí estamos.
Siempre me paro a escuchar, me paro a intentar entender cuál es el mensaje que quieren transmitir desde el púlpito y siempre me produce cierto pavor lo que de allí brota.
El anciano cura de voz gastada leyó en la misa de Juan Antonio, como evangelio, unas palabras de San Juan:
El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. (Juan 12).
Y los feligreses oyen cosas así y dicen Amén y dicen Hágase en mí según tu palabra y se quedan tan frescos. Y yo me llevo las manos a la cabeza y me avegüenzo. Me avergüenzo de haber estudiado en un colegio de monjas y de no haberme dado cuenta hasta lustros después de la castración a la que había sido sometida. No te ames a ti mismo, no te quieras, no disfrutes de la vida, no goces, no rías... Es mucho mejor aborrecerse, entregarse al sufrimiento, a la fustigación, al cilicio, al dolor y al miedo, a la espera de una incierta, secreta y remota compensación.
En la homilia también nos recordó el cura que si alguna gloria tuvo Jesucristo no fue la de ser hijo de Dios ni la de vivir del modo en que lo hizo sino la de morir para salvarnos ¿¿¿??? Aún no me ha explicado nadie en qué consistió la supuesta salvación.
Por último nos instó a agradecer a nuestros padres más que la vida que nos dieron, el acercarnos a la gracia del bautismo. Entonces me di cuenta de que tengo tarea pendiente en cuanto llegue a casa, apostatar será la decisión más sensata, que borren mi nombre, que no me relacionen con toda esa patraña.
Yo me quiero bastante. Y tú?

(epílogo demagógico: tal vez los curas pederastas actúan así para alcanzar el máximo aborrecimiento sobre sí mismos y llegar de ese modo a la vida eterna sobre seguro).

miércoles, 18 de agosto de 2010

Inmersa

Me he pasado la vida intentado ser feliz, sí, puede que os parezca estúpido, pero, en fin, cada cual con su historia. Yo nací con la sonrisa fácil, la mirada chisposa y me vi en la obligación de aprovecharlas. Siempre he pensado que el sufrimiento no nos podía enseñar nada, que era mejor evitar los pinchazos, los ratos malos, los oscuros presagios, las pesadillas. Pasa el tiempo, los años, y llegan situaciones a las que es imposible volver la espalda. Entonces entras allí en los túneles, en medio de los temblores, del terremoto y te das cuenta de que, a pesar de la angustia que puede provocarte la falta de equilibrio, aprendes cosas, cosas que forman parte de la vida, de la VIDA con mayúsculas, con toda la acidez de su savia. Las personas entonces se te muestran desnudas, con sus debilidades o su empuje y tú, yo, también he de tomar mis decisiones y atreverme del todo a tasar mi equipaje, que cada vez es menos, o es más, no estoy segura.

sábado, 14 de agosto de 2010

Hasta luego miniño


La higiénica incredulidad,
el desconcierto,
esa inmovilidad tan exclusiva de la muerte,
la sutil diferencia entre la luz consciente del amanecer
y el resplandor valiente del ocaso.
Las últimas sonrisas burlonas,
decir un hasta luego como si se pudiera,
citarnos a la vuelta de la esquina
en donde poco importa que el cuerpo esté cansado.
Dormir,
abandonarse,
admitir el relajo,
ir al encuentro del amigo ausente,
buscar también allí la senda alternativa.
Contarle un chiste al cancerbero, otro a san pedro,
echarse en Teno una siestita larga,
allí donde las nubes te alborotan el anárquico fleco.
Y mientras, nos quedamos brindando por tu nueva salud,
practicando tu cínica vision del mundo,
admirando el valor de tu salto al vacío,
haciendo un cortadito para cuando se tercie,
para cuando nos toque tomárnoslo contigo.

Un beso, Juan Antonio, gracias por la lección.

lunes, 9 de agosto de 2010

Reflexiones desde el cubículo sombrío


Sentados en el helado cubículo. La enfermedad nos convoca en pareja. Hospital en Madrid, hospital en Tenerife. Compañeros de blancos azulejos y de salas de espera. Una noche invito yo, otra lo haces tú. Sombrío espacio para una cita. Esquinados como dos boxeadores en un ring, un ring que nos recuerda tanto a una estrechísima sala de despiece. La camilla con tu padre entra y sale. Se pierde por el camino salpicado de males. A ratos estamos solos. Tenemos miedo y, como dos niños, nos tiramos besos que van de esquina a esquina y se enredan en los tubos de oxígeno, en los cientos de agujas fantasmales clavadas en el techo. Grita un hombre, se queja con un desgarro persistente y agudo, entona una melodía de aullidos, cuando llega al estribillo lanza un gemido largo, rasposo. No sabe uno como salvarse de tanto padecimiento impúdico. Volvemos a mirarnos, levantamos las cejas en un gesto de solidaridad quizás, aunque seguramente en el fondo sentimos el consuelo de que es a otro a quien le duele tanto. Una mujer se suma al canto desbordado de la madrugada hospitalaria. Tan viejecita, tan consumida, ruega a quien pasa por su lado que por favor la levante, le dicen una y otra vez que tiene la cadera rota, que no se puede mover de la camilla. La mujercita perdida en la semioscuridad del pasillo no atiende a las razones y lloriquea como un bebé arrugado para que alguien venga a consolarla.
Paradójicamente, el libro que sostiene mis horas de espera es La Inmortalidad, y Kundera me mantiene los muslos calientes bajo el peso de sus advertencias: "...Esas palabras eran libertad pura. Sólo podía escribirlas alguien que estuviera ya en la tercera etapa de su vida, en la que el hombre deja de administrar su inmortalidad y no la considera relevante. No todos los hombres llegan hasta este límite extremo, pero quien llega sabe que por primera vez es allí y sólo allí donde hay verdadera libertad".
Me pregunto si realmente es necesario todo este dolor. Si alejándonos del insensato y pretenciosamente humano deseo de inmortalidad no nos podríamos ir de aquí de otra forma. Desde un paraje menos amargo que este cubículo de blancos azulejos, ganchos metálicos, tubos de goma. Si por fin admitimos nuestra perecedera condición, no podríamos morir con suavidad, con un empujoncito cariñoso que no nos retorciera el cuerpo hasta el extremo desamparo?
Nos miramos, nos sonreímos como una forma de insuflarnos aliento, tu padre duerme en el medio del ring, en medio de la fiebre, apenas responde cuando le preguntan si le duele, cuando le avisan de que le van a pinchar, cuando le extraen fluidos y le aprietan la tripa amoratada. Contemplamos el espectáculo con resignación. Otro paciente manda a la mierda a gritos a los que están quejándose, no le dejan dormir el sueño agónico de las Urgencias. El homo sentimentalis tiene los días contados. Tiemblo al pensar qué nueva especie vendrá a sustituirlo. Tú y yo no lo veremos desde el bordillo alado de la inmortalidad.

domingo, 8 de agosto de 2010

Sueños infructuosos


Paso las noches soñando soluciones,
viajes que reparen el daño,
conversaciones que lo inmovilicen.
Sueño con besos que curen el sentido del tiempo,
que alegren la vejez
y devuelvan el brío.
Hablo con hombres sabios
con mujeres expertas,
rebusco entre brebajes, bebedizos y filtros,
cuezo patas de pollo y dientes de dragón,
bailo danzas salvajes alrededor de fuegos apagados.
Luego escucho su voz al otro lado del teléfono,
la voz desconsolada de mi madre,
y no tengo ni una sola palabra que le sirva de alivio.