En cuanto tomas la más mínima distancia, ya digo, mínima, un saltito de nada, un levantarse, se va entendiendo, se puede empezar a considerar el absurdo. Nos alejamos de lo más animal, lo instintivo, lo primario -que no desecho, que a veces conviene- y dejamos que entre la luz de lo trascendente. Ahí, entornando la vista, las impresiones se colocan en su sitio y lo que resultaba vital degrada su color, se achica, se va difuminado y el mordisco distante acaba por tragárselo.
Y vidas, vidas enteras reptilianas, respiran polvo, huelen únicamente el rastro de su predecesor y obtienen a cambio satisfacciones muy pequeñas, una felicidad escuálida que calma su básica ansiedad.