Foto de Ángel Muñoz

domingo, 8 de mayo de 2011

La mujer no es un cuento

Gracias al hermoso poema de Sofía Castañón escribí este relato que ha ganado el Primer Premio del certamen de cuentos por la igualdad "La mujer no es un cuento".


Ejercicio práctico: Documento de Word
Esto es un documento de Word. Luego, cuando termine de escribirlo, María me enseñará a colocarlo en dos columnas y, más adelante, me ha dicho que podré incluir una imagen. Pondré la de Sofía, una foto que me dio no hace mucho: Sofía con un libro, volcada sobre él, con sus rizos flotando encima de las letras.
Nunca se sabe por dónde va a entrar la luz. Yo intuía que su pelo naranja podía contener chispas encendidas, podía imaginarlo. De pequeña tenía mucha imaginación pero me la cortaron de cuajo. En mi casa se primaba la capacidad práctica. Mi padre nos enseñó a mi hermano y a mí que lo importante en esta vida era lo que se hacía con las manos, lo que las curtía: trabajar la tierra, lavar la ropa, ordeñar las vacas, limpiar las porquerizas, cortar la leña, embutir la carne…, nada de ponerse a soñar, nada de aprender a leer…, bueno, en eso mi hermano tuvo más suerte. Como era el varón de la casa, le dejaron ir a la escuela hasta los 12 años, aunque a la vuelta del colegio tenía que trabajar como el que más. Éramos pocos de familia para sacar adelante toda la faena. Cuando nací, mi madre cogió una infección en el parto y ya no pudo tener más hijos. Sé que mi padre nunca se lo perdonó, lo repetía muchas veces: “no creo que sea tan difícil, mujer, no creo, si todas lo hacen ¿por qué tú no?, ¿tan delicada eres?”. Incluso yo me sentía culpable de aquella desgracia.
Ahora María nos está enseñando cómo encontrar en Internet fotos de nuestros pueblos. He visto el mío y me ha vuelto a la nariz el olor a tomillo y a hinojo que inundaba el camino hasta la plaza pero también, al ver las imágenes, me he dado cuenta de qué pocos momentos de felicidad me permitieron, me permití, durante todos los años que pasé allí, y que han supuesto la mayor parte de mi vida.
María dice que escribamos lo que queramos y para mí es una experiencia nueva, tan nueva que me da miedo. Nunca he escrito lo que pensaba, nunca he sabido lo que realmente pensaba. Me doy cuenta ahora, cuando quizá es demasiado tarde. No me atreví a pensar cuando mi padre me dijo que me casara con Miguel, un buen chico, hijo de unos vecinos, algo mayor que yo. ¿Qué podía pensar?, ¿qué podía decir? No tenía ningún motivo para no casarme con él como tampoco lo tenía para casarme. No pensé tampoco si quería tener hijos, eso iba incluido en el lote. Tuve tres, uno murió poco después de nacer. Le bautizaron el mismo día que lo enterrábamos y yo no tuve fuerzas para llorarlo porque lo único en lo que pensaba era en salir corriendo de allí, correr hacia cualquier parte, correr sin parar. Pero no lo hice. No corrí entonces y no lo he hecho nunca. Seguí allí, manteniendo el gesto, fingiendo el ánimo. También me mantuve cuando Miguel murió unos años después, cuando se marchó de mi lado con el mismo silencio hosco con el que habíamos convivido.
Crié a mis hijos yo sola y cuando ellos se vinieron a la ciudad, sin dejar nada atrás, me vine con ellos. Tampoco me esperaba encontrar nada aquí hasta que llegó Sofía, Sofía mi nieta poeta, mi niña hermosa y lista que me ha ido enseñando que se puede vivir de otra manera. Desde el principio supe que entre nosotras existía un vínculo especial, ella me miraba de otro modo, como ni mis padres ni mis hijos habían sabido mirarme. De niña, yo me ocupaba de llevarla al colegio, pasábamos la tarde juntas, merendando, jugando, inventando historias. Yo le contaba todo lo que se me ocurría, le hablaba de mí como si hubiera sido una aventurera, Sofía abría mucho los ojos y la boca y me acompañaba a recorrer ese mundo imaginario que construía con su ayuda.
Cuando creció seguimos compartiendo secretos. Ella me hacía sentirme diferente, mucho más auténtica de lo que me había sentido jamás. Entonces a mi nieta se le ocurrió una idea maravillosa que a mí, si he de ser sincera, me pareció una auténtica locura.
Me apuntó a clases de alfabetización, aprendí a leer y con la lectura aprendí a volar. En los libros no sólo encontré vidas apasionantes, como las que yo había imaginado, sino que encontré una parte de mí que no sabía que existía, una parte vital, rebelde, una mujer que en la etapa final de su vida se da cuenta de que aún le quedan ganas de comerse el mundo.
Luego llegó la hora de Internet. Estaba decidida a hacerlo, a enfrentarme a otro emocionante reto, estaba decidida hasta que… hasta que me miré las manos y las vi tan estropeadas, tan arrugadas, tan holladas por el trabajo, el frío, el tiempo…, el miedo. Me avergoncé de que mis compañeros pudieran verlas sobre el teclado. Entonces, llorando de rabia, rompí en pedazos la solicitud y, al día siguiente, Sofía, mi Sofía, me escribió estos versos:
“Ahora,  mi abuela, esconde las manos / y no se atreve a tocar el teclado del ordenador. Y yo, tan lejos como sigo estando de mí misma, / no le digo que esas manos / me hicieron creer en la vida tantas veces, / no le digo que esas son las manos / más hermosas que jamás tocaron / la tierra”.  Sofía.
María me enseña a poner en cursiva los versos de mi nieta.
Ahora estoy terminando mi ejercicio. Estoy acabando de escribir mi primer documento de Word y creo que este final, a pesar de todo, a pesar del tiempo perdido, no es más que un principio, el principio de la nueva vida de una internauta de hermosas manos viejas.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encontraba en el Camino de Santiago y no pude estar en el acto de la asociación Beatriz Cienfuegos en el que se realizó la entrega de premios de nuestro concurso "La mujer no es un cuento".
Te felicito por tu premio y creo que siempre se debería citar la fuente de "inspiración". Nos veremos en la vida y en la poesía. Nuevamente ¡felicidades!
Mari Carmen Estévez