Las emociones han construido el suelo desequilibrante de los últimos meses. Las consabidas y las nuevas, las que han llegado con el ímpetu del dolor, con ese desgarro que nos tira contra las paredes; las de la desesperación, la desesperanza tal vez, que agota las fuerzas como una sanguijuela silenciosa; las emociones inútiles de los enfrentamientos que nos distancian y enfrían partes que antes eran cálidas, que parecía que siempre lo serían...; las de los hijos que crecen bruscamente, sin consideración alguna; las del viaje y sus sabores desconocidos; la de sentarse en las aceras con gente que mira como te gusta que se mire y grita haciendo su voz tuya, nuestra, contra las injusticias; la emoción del pincel y su magia, la del teclado y la suya, la del arte y la literatura y la poesía. La de reconocerse de repente y relajar los músculos que estaban en tensión por mirarse en espejos deformados. Y la risa, como una resistencia. La emoción del amor que se nota, que abraza y que permite, de cualquier modo, sobrevivir a todo lo demás, extrañamente.
Ya sabemos que se trata de esto, de lo que nos encanta y de lo que nos desencanta, es ese pulso vibratorio, en el que a veces nos rilamos, no siempre hay fuerzas, no siempre se sabe cómo. A veces sólo se trata de mirar, entre el pavor y la sorpresa, lo que nos ha ocurrido.
Empiezo el año, como siempre, sin propósitos de enmienda ni de futuro, pero con un par o tres de cosas aprendidas que puede ser que no sirvan de mucho o a lo mejor allanan el camino o mejoran mis pasos o mi salto al vacío.
Con tan pocas certezas me comeré las uvas mirando al mar, oscuro.
2 comentarios:
Vengo de leerte - en Glup 2.0 - sobre un hombre imbécil y un cuerpo transparente.
Mientras sigo con esos ajos que no debemos machacar, por favor, cólócate una red para esos saltos que das en el vacío.
Un descubrimiento tu estupendo blog.
Un abrazo.
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