La poesía y la memoria para borrar las fronteras invisibles de la violencia
Inma Luna – laRepúblicaCultural.es
Pasar diez días en un país que visitas por primera vez sólo te permite tener una visión superficial de su realidad, pero te da para hacerte muchas preguntas y obtener algunas respuestas. Sobre todo si tienes la posibilidad, como yo la he tenido, de hablar con gente y que la gente tenga ganas de contarte muchas cosas.
Viajé a Medellín, Colombia, a finales de noviembre en el marco del Encuentro Internacional de Editores Independientes, Edita, un encuentro que nació en Punta Umbría (Huelva) de la mano del poeta y editor Uberto Stabile. Fui invitada por los organizadores, con Silvana Tobón a la cabeza, para impartir talleres de creación literaria y participar como ponente y poeta en la programación de Edita Colombia 2013.
Ya hace unos días que he regresado y continúo reflexionando sobre una realidad que me ha resultado compleja y fascinante.
He hablado con hombres y mujeres acerca de la violencia en el país. Es un fenómeno que resulta difícil de entender y que es abstracto o polimórfico en su origen, que viene de muchos frentes y que se asimila con dolorosa naturalidad en el discurrir diario de los habitantes. Violencia que viene del Estado (reconocida sorprendentemente en una recién inaugurada Casa Museo de la Memoria, donde se da cuenta de víctimas y desaparecidos), violencia de lo que queda de la guerrilla, de los grupos paramilitares y también violencia familiar y de la delincuencia común. Una violencia que anaranja los semáforos a partir de las once de la noche para que los coches no tengan que detenerse y sus ocupantes se arriesguen a ser atracados; una violencia que prohíbe que en una moto viajen dos hombres con el fin de que el copiloto no pueda disparar desde atrás; una violencia que traza fronteras invisibles entre vecinos de calles aledañas; una violencia que hay que esquivar mientras parece que la vida discurre con normalidad.
A través de la visualización de la memoria intentan comprender, intentan superar el miedo y el rencor y romper quizás así la espiral que se lleva por delante cualquier posibilidad de futuro.
Me sorprendió mucho que esta Casa Museo de la Memoria sea una institución de carácter público, municipal concretamente. Sorprende desde luego que el Estado reconozca sus propios crímenes, sobre todo cuando en este país nuestro la #memoriahistórica es un hashtag maldito. Allí me enteré de sucesos terribles ocurridos en las comunas, los barrios creados alrededor de Medellín por los desplazados; de las historias de madres campesinas que han estudiado leyes para poder denunciar las desapariciones de sus hijos. Veo las fotos de las fincas abandonadas y maltrechas de las que fueron expulsados los campesinos y me entero de que hay algunos planes de retorno… Y el drama de las familias indígenas, esas que son arrancadas de cuajo de su entorno natural y desplazadas también a la gran ciudad, arrebatándoles su identidad territorial. Allí se asfixian como los peces fuera del agua, no conocen el idioma, no tienen trabajo, ni siquiera asimilan la alimentación. Tantos frentes abiertos…
En la exposición En el cielo cabemos todos, de Luigi Baquero, se pueden escuchar los testimonios de las víctimas, desplazados de Bellavista, que tejieron en común una colcha de croché, sobre la que después se sentaron a relatar sus pérdidas y sus dolores. Las víctimas piden justicia y se niegan al olvido.
Poesía en la Comuna 8
Una mañana nos invitaron a Uberto Stabile y a mí a subir a la Comuna 8 para leer algunos poemas a un grupo de mujeres de la zona. Aunque esta actividad no formaba parte del programa aceptamos, por supuesto, la invitación. Subir a la Comuna no fue tarea fácil. Por la inclinación de la pendiente no todos los taxis pueden llegar hasta esa zona, de hecho el que nos llevó tuvo verdaderas dificultades en algunos momentos para continuar el camino. A medida que ascendíamos, el paisaje se iba volviendo más agreste y, en cierta manera, más hostil. Entre viviendas autoconstruidas y gente cargando garrafas de agua, aparece el colegio al que nos dirigíamos, una institución educativa, como se denominan ahora en Colombia, con unas instalaciones espectaculares. También es espectacular la vista de Medellín que se puede contemplar desde allí. Este colegio público, en el que reciben clase niños y niñas de lunes a viernes, abre sus puertas los fines de semana para las mujeres de la Comuna. Ellas estudian bachillerato y reciben asesoría psicológica y jurídica. Así que, convenientemente escoltados en todo momento, llegamos al encuentro con las mujeres. Leemos para unas 200, en dos grupos. Lo primero que me llama la atención es el hecho de que al preguntarles qué tal se vive allí, la respuesta común y lanzada casi al unísono es: “¡Muy bien!”. Después se escuchan algunas matizaciones “bueno, muy bien, salvo por la pobreza”, “salvo porque hay muchas casas a las que no llega el agua”, “salvo…”, “salvo…”, “salvo…”, pero, la respuesta primaria e instintiva había sido: “Muy bien”, y pienso entonces que, vivamos en las condiciones en las que vivamos, los seres humanos somos muy capaces de encontrar nuestro espacio para la cotidianidad y para, de la forma que sea, sentirnos en casa.
Aunque para muchas es el primer acercamiento a la poesía, la lectura enseguida les engancha y el clima se vuelve acogedor y emotivo. Mientras algunas sostienen a sus hijos en los brazos, otras nos hacen fotos con los móviles y la mayoría escucha con interés. Nos piden más, ¡nos piden que leamos todo! Luego, les invitamos a que ellas también compartan algo con nosotros. Dos se atreven. Una mujer improvisa un poema sobre su recorrido vital. No ha escrito nada, lo recita de memoria. El poema tiene ritmo, tiene cadencia y, sobre todo, tiene alma. Habla de su nacimiento, prematuro, un comienzo de debilidad, de su historia de dolor, abandono, violaciones y de cómo ahora ha llegado a convertirse en quien realmente es, a reconocerse y a sentirse, por fin, fuerte y con ánimo para decidir sobre su futuro. Esta mujer me hace pensar en el verdadero sentido de la poesía. Sé que no será fácil, no lo es para nadie, mantener esa fortaleza y ese impulso, pero su poesía lo reclama, su corazón también. La otra mujer se presenta como feminista y nos lee un poema de rabia y determinación, de coraje y reclamo de su espacio. De ambas aprendo más de lo que ellas se imaginan.
Se nos pasan las horas sin darnos cuenta, la experiencia ha sido reconfortante. Sin embargo, a la salida, de nuevo las medidas de seguridad, que no nos quedemos solos ni un momento, la protección. Nadie resta importancia a lo que nos podría pasar si andamos sin compañía por esa comuna. Me cuesta trabajo detectar el peligro. No lo veo, pero me aseguran que está. Esta ha sido para mí una de las cosas más difíciles de comprender. ¿De verdad, entre esta gente que parece tan como yo, tan como todos, se agazapa como un animal siniestro, la atrabilis de la violencia?
Supongo que “el conflicto” al que hacen alusión en tantas conversaciones, les coloca en estado de defensa y que la violencia ha ganado un espacio en sus señas de identidad, un espacio en el que el miedo y el resentimiento encuentran su caldo de cultivo, su justificación.
Como suele ocurrir en espacios violentos, la mujer se convierte en víctima predilecta de la crueldad. Me hablan de una figura espeluznante y desdichadamente extendida: la del padrastro violador. Como la mayoría de las mujeres son abandonadas por los padres de sus hijos, éstas se juntan con otra pareja, muchas veces con ánimo de supervivencia, y el nuevo hombre de la casa viola frecuentemente a las hijas de la mujer. Tan espantoso como habitual, me aseguran.
También hay muchas niñas embarazadas, la mayoría de las cuales criará a sus hijos sin la colaboración de padre. Me choca que, sin embargo, pervivan comportamientos casi burdos de atracción del macho. El número de mujeres operadas del pecho o de los glúteos en Medellín es de los mayores que he visto en mi vida. El culto a la estética (el pelo, las uñas, la ropa) es extraordinario. Estuve en una tienda de productos de peluquería y no podía dar crédito de la cantidad de ampollas, cremas, champús y tratamientos capilares de todo tipo se encontraban a la venta, jamás he visto nada igual. También me hablan de la prostitución, de las “mujeres prepago” y las “mujeres de conveniencia”, todas ellas, en distintas modalidades, proporcionan servicios sexuales a cambio de dinero. O las “coperas” que, en palabras del periodista Andrés Delgado, son “mujeres que se tambalean en la frontera que separa las mesas de los bares y las camas de las residencias”. De este modo, es muy difícil romper la dinámica del uso y el abuso.
En fin, me quedó mucho por ver, mucho por preguntar, pero mi principal inquietud fue encontrarme con un lugar maravilloso y rico en el que lamentablemente el ser humano no ha aprendido a vivir en armonía, un paraíso que ha sido convertido, en demasiadas ocasiones, en un escenario de terror. Me apena escuchar definiciones como la que hizo el poeta y cantautor colombiano John Harold Dávila: “un país que es rico, pero es pobre mental y espiritualmente y no se atreve a pelear por la libertad que supuestamente quiere, un país en el que prima la indiferencia”.
1 comentario:
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