Estoy sentada en el sillón. Escribo. Me asomo a la ventana. Veo una paloma acurrucada en el alero sucio del tejado. Pienso 1.973 km. Pienso tierra, sur, mar, isla, tú. Quiero sentarme allí, en tu cuarto, tirarme junto a ti en el suelo, acurrucarme igual que la paloma, hacerme bálsamo. El teléfono me arde en la oreja. Las ondas huelen. Traen un poco de sal y me escuece la herida que me hago en el labio, mordiéndome el destierro. Estoy aquí, en el centro, oigo el rumor del agua subterránea y dejo que los mínimos riachuelos transporten partículas de piel, aprovechen lo que tengo de acuática, me desintegren y me arrastren. Quiero nadar 1.973 km. y acariciar tu espalda con las manos mojadas hasta que no precises analgésicos.
2 comentarios:
Yo cogería un avión. Por mucho miedo que tenga a volar, las aguas del océano, cualquiera que sea en función de la dirección en la que desea nadar, son muy frías pasados los primeros 300 kilómetros. Sin hablar de las millones de brazadas que tendría usted que dar.
Yo intuyo que el universo nos prepara suave algún prodigio... ¿no? Porque si no no se entiende tanto otoño en plena primavera.
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