Pensaba en Budapest y pensaban en gulash. Me encantan las sopas, los pucheros, la cuchara, así que fue lo primero que pedí. Entonces descubrí los orígenes húngaros de mi madre, que ya sospechaba porque tenemos las dos (las tres si incluímos a mi hija, los cuatro si incluímos a mi hijo) bastante pinta de zíngaros. En fin, lo constaté cuando probé el gulash y se correspondía exactamente con la carne con patatas de mi madre. A decir verdad, los dos que comí, en restaurantes bastante diferentes, no le llegaban a la suela del guisado a mi mamá la húngara.
Sin embargo, apuestas más osadas, nos despertaron el paladar magiar.
La primera cena fue en Onyx.
A pesar de haber reservado, nos quedamos un ratito parados en la puerta porque, por decirlo sutilmente, nuestra indumentaria no parecía muy adecuada para la pinta del local, pero una vez vencidos nuestros prejuicios y, como el hambre apremiaba, nos decidimos a entrar. Y..., menos mal, hubiese sido pa matarnos! Este fue el menú:
Goose liver in two movement: Mini cake with raspberry vinegar jelly, layered with trout filet; Hot goose liver cream with elderberry jus
Salad of marinated lobster served in chilled gazpacho „consommé”
Cauliflower panna cotta with salad of breast of Muscovy Duck made with sesame oil, lemon-mint dressing and cracklings
Sugar-pea cream soup with crispy goat cheese and smoked trout
Monk fish in a seedy crust, kohlrabi filled with porcini mushroom
Breast of chicken, goose liver mini sausages, asparagus, spinach purée and porcini mushroom jus
Variations on veal: Pink-roasted tenderloin, tender knuckle and sweetbread “glace” with coffee “aroma” and celery purée
Mortal de necesidad. Me quedo con el gazpacho de langosta, la panna cotta de coliflor y el helado de entre los postres. Además, otra cosa muy muy a valorar fue el trato del servicio, superamables e interesados por cuál de los platos nos había gustado más. Chapeau!Otra cena, a la que llegamos aún con peor pinta, después de caminar un par de horas por el parque bajo un chaparrón, fue la del restaurante Gundel
Esta vez el menú fue más clásico pero empezó con un surtido de patés de esos que te hacen pensar que esa noche no vas a necesitar sexo. El pato confitado que comí estaba bueno aunque no espectacular, el pescado muy fresco pero algo insípido y me equivoqué en el postre porque pedí un crepe Gundel y llevaba nueces, que no me van mucho, y estaba napado (es que me encanta esta palabreja) con demasiado chocolate. De nuevo, buen servicio y violines para amenizar mi cena de cumpleaños: Bésame mucho, con sabor a Tokay.
En Buda, en una calle preciosa y medieval, comimos en el restaurante Pierrot
Patés fantásticos, uno de ellos helado cremosísimo, un steak delicioso con foie y, de postre, souflé de chocolate con fresas marinadas en vinagre balsámico, perfecta combinación. Tito comió pescado, yo no lo probé porque estaba carnívora pero le encantó y también las papas de acompañamiento, que para que un canario alabe las papas de fuera...jeje. De postre creo que tomó un helado de queso fresco. Nos trataron de lujo una vez más.
Los vinos húngaros, hummmmm. Ya llevaba el enganche al Tokay desde que lo descubrí hace algunos años. Es un vino para algunos quizá demasiado denso pero a mí me entusiasma sobre todo el seco, aunque el dulce es mi favorito con los patés. El Orsolya pinceszet de 2006 que tomamos en Onyx fue, de los Chardonnay, el de mejor aroma y gusto.
Y hasta aquí la crónica gastronómica, realizada por encargo y con absoluto placer.
Los vinos húngaros, hummmmm. Ya llevaba el enganche al Tokay desde que lo descubrí hace algunos años. Es un vino para algunos quizá demasiado denso pero a mí me entusiasma sobre todo el seco, aunque el dulce es mi favorito con los patés. El Orsolya pinceszet de 2006 que tomamos en Onyx fue, de los Chardonnay, el de mejor aroma y gusto.
Y hasta aquí la crónica gastronómica, realizada por encargo y con absoluto placer.
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