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miércoles, 27 de abril de 2011

Sobre las antologías. La visión de dos autoras.



Hace unas semanas, nuestro querido José Ángel Barrueco colgaba esta entrada en su blog Escrito en el viento: Sobre las antologías. Y desde el cariño y respeto que le tenemos, Ana Pérez Cañamares y yo hemos escrito este texto, con el deseo de aportar nuestra experiencia y nuestra visión sobre el asunto:

Después de leer y releer el post de José Ángel Barrueco sobre las antologías, y como hemos participado en algunas de las que menciona, no tenemos más remedio que sentirnos aludidas. Pensamos que en este artículo se hace una reflexión sobre las antologías desde un único ángulo –el del antólogo- y, si queremos entrar en el tema, hay que hacerlo desde alguno más porque si no, la cosa se queda corta, se escora y apunta en una única dirección.

Habría que preguntarse en primer lugar por qué y para qué se hace una antología, cómo se selecciona a los autores y autoras y qué se espera de ellos. El oficio de escritor consiste en escribir, no hay que perder de vista esta cuestión fundamental, si bien es cierto que quienes lo hacemos y, sobre todo nosotros y nosotras que solemos publicar en editoriales pequeñas, sabemos de la importancia de promocionar después el libro para que se venda y se difunda nuestro trabajo, que es al fin y al cabo el interés principal del autor. Además, con ello colaboramos, en la medida de lo posible, a que no se caigan todos los chiringuitos, que ya está la cosa bastante chunga. Eso lo tenemos más o menos claro y por eso quienes escribimos libros propios o participamos en propuestas colectivas solemos apoyar los lanzamientos.


Ahora bien, el compromiso que adquirimos al ceder nuestros poemas o relatos para una antología, al menos para nosotras, no está nada claro. Queremos decir que, hasta el momento, si nos han pedido textos hemos participado gustosas, a veces con cosas que estaban escritas y otras muchas escribiéndolas expresamente; en unos casos, más involucradas con la temática de la antología, en otros por afinidad ideológica o relación de amistad con autores y/o antólogos y/o editores.  En la inmensa mayoría no hemos firmado contrato alguno y, por lo tanto, nada hemos exigido. A veces nos han dado un par de ejemplares del libro, a veces uno. No hablemos de información sobre distribución, número de ejemplares de la tirada, etc. (cosas que al autor, mucho o poco, le interesan, o al menos es una información que se le debe). Salvo escasas excepciones, tampoco hemos sabido nada de de derechos de autor y eso que algunas se han vendido muy bien, pero de lo poco o mucho hayan rentado económicamente los autores y autoras no hemos visto ni hemos sabido nada, ya decimos, en la mayoría de los casos. Y no nos hemos quejado, y no nos quejamos porque escribimos, sobre todo,  para que lo que escribimos pueda leerse y porque además ha sido para nosotras un placer participar en antologías junto a escritores y escritoras que queremos y admiramos. Pero nunca se debe olvidar que los libros están llenos de páginas, y las páginas de poemas y de historias que salen de las manos de los autores. No desmerecemos el trabajo de quien o quienes lo recopilan pero en ningún caso debe perderse de vista el trabajo del autor.

Cuando la antología se refiere a un tema, normalmente escribimos a propósito para adecuarnos a lo que se nos requiere (y no siempre es fácil, porque puede que el tema no nos resulte muy inspirador en un primer momento). Y esto, a poco que una se lo tome en serio, no son dos ni cuatro días. A veces son muchas tardes de trabajo. Multiplíquense las horas cuando la casualidad hace que a un mismo autor se le pida su colaboración para participar en tres, cuatro, cinco antologías que aparecen casi simultáneamente y que exigen por igual su tiempo, atención y esfuerzo. Y conste que en todo esto sigue sin haber queja, porque somos nosotras las que aceptamos participar.

Lo que nos duele es que se ponga en duda el compromiso en general de los autores en relación con su asistencia a las presentaciones. Primero, porque pensamos que el hecho de que a la llamada acudan dos o tres autores tampoco significa que no se pueda hacer la presentación: se puede montar algo chulo con poca gente y algo tedioso con mucha, hemos tenido ambas experiencias, así que si son dos, pues dos, si son tres, pues tres, porque el número, finalmente, no significa nada y no tiene relación ni con el compromiso de los autores ni con el éxito o el fracaso del acto. Tenemos nuestras dudas de que la cantidad de “remeros” sea decisiva para que avance el barco, y no tanto la calidad e intensidad de lo que aporten. Segundo, porque cancelar un acto porque el número de autores participantes sea bajo, no deja de ser un desprecio hacia aquellos que han hecho hueco y se han comprometido, o hacia los que alguna vez, en el pasado, han organizado o participado en uno de esas presentaciones hechas por dos personas, intentando que la cosa quede digna y bonita, con la responsabilidad de representar a un grupo de autores con los que uno se siente identificado u honrado de compartir libro. Tercero, porque una presentación no deja de ser una forma más de difundir una antología, a la que se suman reseñas, carteles, anuncios en blogs, etc., formas que a veces pueden tener iguales o mejores resultados.

También hay que pensar en que la casualidad hace lo suyo para que un día coincidan veinte y otro día dos: la casualidad y la acumulación de actos. Porque si se da la coincidencia, como decíamos, de que una está en tres, cuatro, cinco antologías que salen más o menos a la vez, y se multiplica el número de antologías por, al menos, dos presentaciones de cada una… y seguimos sin olvidar que una madruga, tiene trabajo (a menudo alimenticio), citas médicas, hijos, bodas de primos, enfermedades, recitales propios programados… ¿Cómo salen las cuentas? ¿Podemos estar en todo y seguir escribiendo para próximas antologías con fecha de entrega? Y algo que dejamos caer para más profundas reflexiones: ¿hay lectores para tanta antología y asistentes para tanta presentación?

Por otra parte, no se puede juzgar a la ligera. El mismo Barrueco reconoce que se sentía cansado para ir a presentar Beatitud en León, ¡pues claro!, ¡puedes estar cansado!, ¿quién ha dicho que no?, ¿quién podría firmar un contrato que le comprometiera a no estar nunca cansado? Y el cansancio es lo menos que nos puede pasar porque, insistimos, más allá o más acá de la literatura hay vida, es decir, que nosotros y nosotras no somos la bohemia: curramos y tenemos obligaciones y enfermedades y problemas y vivimos lejos y a lo mejor, alguna vez, sólo alguna vez, pues no nos apetece, o nos es imposible, o nos requiere unas fuerzas que flaquean y punto. ¿Qué pasa entonces? ¿Es mejor que no participemos, que no cedamos nuestros textos si no estamos dispuestos a echar el resto, a remar cuantas veces seamos requeridos por el remero?

Y seguimos preguntándonos: ¿Vale la pena generalizar con todos los autores sólo por las ocasiones en las que la mayoría “ha fallado”? ¿Se aceptaría de los autores que habláramos en términos generales de antólogos o editores y los metiéramos a todos en el mismo saco? Porque de este modo quien lea la crítica a los autores no tiene capacidad ni información para distinguir a unos de otros.

Por eso decimos que la reflexión debe ir más allá. Quizá los antólogos deberían preguntarse por el verdadero sentido de una antología, así como por su oportunidad y sus expectativas;  los autores debemos preguntarnos si realmente nos interesa embarcarnos en esa aventura y entre todos debemos acordar los compromisos que adquirimos para no llevarnos a error. Y tal y como está el panorama, y lo que nos cae por todos lados a los que peleamos por llevar adelante una vocación, aspirar a ser más flexibles y comprensivos entre nosotros, más autocríticos y menos exigentes. Que cada uno asuma lo que pueda y no presuponga mala fe por parte de los demás. Al menos, hasta que se demuestre lo contrario.

ANA PÉREZ CAÑAMARES E INMA LUNA

1 comentario:

A dijo...

Barrueco que hace además de organizar recitales?