Aquí no huele a mar ni a sal ni a campo ni a paisaje. Si tiene que oler a algo, os lo aseguro, mejor que sea a nada. Hay derroche de gris por todas partes y edificios que han sido construidos sin una pizca de cariño ni alegría. Vivo esquinada en un lugar con pasos de peatones y locales en venta, perros que dejan huellas en las calles y parterres tan tristes que se mueren a cachos. Sé por qué estoy aquí, qué lazos son los que me atan a este extraño paraje suburbano en el fui a caer, aunque todo podría ser también un puro invento.
Sólo aparentemente lo que ves de mí aquí y ahora es lo que soy aquí y ahora.
miércoles, 19 de agosto de 2009
El cortísimo vuelo de los gorriones
Aquí no huele a mar ni a sal ni a campo ni a paisaje. Si tiene que oler a algo, os lo aseguro, mejor que sea a nada. Hay derroche de gris por todas partes y edificios que han sido construidos sin una pizca de cariño ni alegría. Vivo esquinada en un lugar con pasos de peatones y locales en venta, perros que dejan huellas en las calles y parterres tan tristes que se mueren a cachos. Sé por qué estoy aquí, qué lazos son los que me atan a este extraño paraje suburbano en el fui a caer, aunque todo podría ser también un puro invento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Intrigada me dejas de dónde estarás...
Todo suena muy solitario y triste.
Besazos.
Igual que hay gafas de sol para el exceso de luz, debería haber gafas de sombra, cuando la oscuridad es mucha.
En cualquier caso parece circunstancia lo que cuentas, y con ella la fugacidad entre sus dientes.
Así que no te afanes. Tal vez hoy que te contesto ya estás conquistando de nuevo aire libre, mar abierto.
No pasa nada. Nada es tan triste. No veis esos reflejos que hacen guiñar los ojos?
Publicar un comentario