No es fácil distinguir lo hermoso de lo patético.
Puede ser una borracha cualquiera. Una borracha gorda y bajita con los ojos medio cerrados. Apenas alcanza a acodarse en la barra y sujeta su cubata con las dos manos. De vez en cuando se separa un poco, intenta algún paso de baile. Quiere bailar flamenco y levanta los brazos sin gracia ninguna, con las muñecas hacia abajo. Lleva un pantalón negro y un plumas del mismo color abrochado hasta el cuello. Ni siquiera eso parece quitarle el frío. Podría ser sudamericana. Lo es. Me dice –escupe mucho al hablar- que las españolas llevamos el flamenco en la sangre, lo dice haciendo el gesto de inyectarse algo en las venas. Le digo que se anime, que baile. Se llama Marisa. Intenta llevar el ritmo de la música pero pronto se da por vencida y regresa a la barra.
Me acerco y no tarda un minuto en empezar su historia. Le cuesta un poco vocalizar pero la entiendo: Mira, mamita, te digo algo, soy ecuatoriana y, mamita, llevo aquí nueve años, mira mamita, esto es una puta mierda. Yo, te lo digo porque se te ve buena, mamita, porque bailas mu bien, yo trabajo en un club, mira esto no lo cuentes, pero así como me ves, gordita y eso, gano mucho mamita, soy la que más gana, pero hoy estoy mala y he llamado y he dicho que hoy no iba, mamita, que hoy es Nochebuena, y yo tengo dos niñas gemelas de tres años, que están con su abuela en mi país, y mi jefe me ha dicho, mamita, que malos estamos todos, joder mamita es un hijoputa.
Marisa llora como si no llorara, sólo le caen las lágrimas por la cara pero sigue hablando sin sollozar.
Mira mamita este país está lleno de cabrones de mierda. El otro día cogí un taxi cuando acabé de trabajar porque había ganado mucha pasta y estaba contenta y cuando se me da bien la noche me da la gana y me cojo un taxi, y el taxista me dice, mamita, que si trabajo en el club y le digo que sí, mamita, porque yo no me escondo, y me dice que se la chupe, mamita, el cerdo cabrón, eso no es respeto, mamita, que yo sólo quería irme a mi casa, pagar el taxi, irme a dormir. Yo me espero un año más y luego me largo, yo gano pasta, así gordita, gano pasta y al año que viene lo dejo y me voy con mis niñas, mamita, que para comer y vivir no hace falta mucho, mamita, que yo sólo quiero un poco de respeto.
Colgada de mi cuello, Marisa se arrastra de nuevo hasta la barra, le digo que no se deje humillar, que se sienta tan buena como cualquiera, que se largue en cuanto pueda, coge mi vaso y se lo bebe de un trago.
Cuando me iba le dije a voces: se féliz! –yo también estaba bastante borracha- y me contestó, vete tú pal coño con la felicidad, no te jode.
2 comentarios:
Esto me recuerda mucho a una noche, en un club. Entré con mis compañeros de trabajo a tomar una copa. O quizás a otra cosa. La cuestión es que eran todas las chicas muy feas. Y mis compañeros se pusieron de una leche terrible. Alguno de ellos -obrero estúpido- llegó incluso a insultarlas. "Igual son una tías encantadoras", alegué en su defensa. Y uno de ellos me contestó: "son putas, joder. Putas y feas."
A ver si inventan espejos menos engañosos, no, Nacho? Bienvenido, me alegra encontrarte por aquí.
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