Mis tacones retumban por la plaza
como si nadie se hubiese levantado aún.
Cae una hoja de un árbol,
me da en el ojo
y desata una lágrima imprevista.
Camino derecha
mientras el viento empuja
guiándome a mi precipicio laboral.
Diecinueve gorriones
se pelean por cuatro porquerías en el suelo.
No pasa un perro
ni una mujer ni un hombre.
Me acerco hasta el abeto inmenso y desabrido
que han colocado en medio de la plaza
como una gran tristeza navideña,
sin estrella ni bolas que reflejen mi cara de pez pasmado.
El viento sigue provocando
para hacerme llorar
y me tiran del pelo los rastros fríos de diciembre.
Aprovecho la soledad
para andar más erguida,
trago saliva dura como un terrón de azúcar,
dejo que se disuelva,
paladeo despacio
el poco de dulzor que voy siendo capaz de rescatar de todo este paseo.
3 comentarios:
Me gusta tu poética, esa intensidad particular de tu fondo interior para romper el silencio con las palabras. Nos leemos, Colega.
Saludos... :D
Comparto todos y cada uno de los sentimientos que plasmas sin mencionarlos por su nombre.
Ánimo... No será navidad para siempre.
prosa cortada en pedazos
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